Después de la Muerte. Voces del Limbo y el Infierno en territorio andino
Luis Millones añade nuevos planteamientos a su ya larga exploración de la religiosidad popular en Después de la Muerte, última publicación del Fondo Editorial del Congreso. El libro será presentado el miércoles 14 de julio en la sala Grau (6:30 p.m.). Lo comentarán Moisés Lemlij, Guido Lombardi y Bernardino Ramírez.
Millones estudia las percepciones del más allá entre los moradores de Huanta y Carhuahurán, en el nordeste de Ayacucho, y Mórrope, árido distrito de la costa norteña, perteneciente a Lambayeque. El testimonio oral recogido en estos lugares, en extremo pobres, proporciona al antropólogo un conjunto a primera vista caótico de mitos, creencias y relatos muy diversos. Su heterogeneidad, sin embargo, no impide a Millones articular una presentación coherente de la noción de muerte en la mentalidad popular.
En las alturas de Carhuahurán y el desierto de Mórrope el Infierno goza de una ubicación topológica. En el primer caso de trata del Tawa Ñawi, un semicírculo de cuatro cerros vecinos con una pequeña laguna interior; en el segundo lleva el nombre de Casagrande, una franja de dunas situada en el límite de los campos de cultivo de Mórrope. En el Tawa Ñawi sufren tormentos caudillos militares, hacendados, jueces de Paz y otros representantes del gamonalismo secular padecido en la zona. Casagrande, menos punitivo, es una ciudad con actividad constante en donde las almas robadas por el Demonio se entregan a la promiscuidad. Debe advertirse que en los últimos años el Infierno de Carhuahurán ha registrado un desplazamiento geográfico hacia la banda oriental de la cordillera, sembrada de cocales, en donde hoy es activo el narcotráfico.
Un dato extraordinariamente importante es que los condenados disfrutan del poder de librarse de su suplicio. En la sierra, la posibilidad involucra redimir el daño causado en vida mediante devoluciones y compensaciones ejecutadas por terceros. En el desierto lambayecano, por su parte, le cabe esa atribución a los maestros curanderos, expertos en rescatar las almas víctimas del “encanto”. El castigo eterno se convierte, a condición de una restitución concreta o un ritual consagrado, en un mal transitorio.
Esta información permite a Luis Millones poner en relación dinámica dos atributos para él determinantes de la religiosidad popular. Uno será su vínculo con realidades históricas, sociales y económicas específicas, por no hablar de un rotundo materialismo de orden pasional. El otro habrá que buscarlo en su resistencia a la ortodoxia católica, explicada por la supervivencia de principios que es preciso rastrear en el mundo prehispánico. Entre ellos, tienen especial influencia el politeísmo y la ausencia de la noción de mal absoluto, desconocida en la tradición andina de elementos a la misma vez germinativos y aniquiladores, y por tal razón incompatible con la prédica de un castigo sin fin. No extraña, entonces, que Millones se desmarque del concepto de mestizaje, en cuanto implica la síntesis pero ignora los aspectos en que el pensamiento autóctono ha sido impermeable a las categorías llegadas con la Conquista, aun en medio de sus continuas reelaboraciones.
Alerta al presente concreto, y atada con denuedo a una polifonía de fuerzas simultáneamente positivas y malignas, la religiosidad popular se ofrece, en el libro de Millones, como un campo extraordinariamente enérgico de deseo, creación y posibilidad.
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